—…El padre de mis hijos —repitió, con una voz tan baja que apenas la escuché.Todo mi cuerpo se tensó.La mirada de Amelie estaba clavada en mí. Había rabia, había miedo… pero también tenía verdad. Una verdad desnuda, desesperada, insoportable, que me urgía saber, Tragué saliva, podía oír mis propios latidos golpeando con desespero mi pecho.—¿Vas a decirlo o vas a seguir usando ese embarazo como un arma? —solté con desdén, intentando protegerme, pero la voz me tembló.Ella se quedó en silencio un par de segundos más. Y entonces, con los ojos brillantes, tragando lágrimas de rabia, murmuró:—Eres tú, Damián.Sentí como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. El aire se fue, el mundo se me desdibujó en un segundo.—¿Qué…? —di un paso atrás—. ¿Qué dijiste?—Tú. Eres tú el padre —soltó al fin, apretando los labios con fuerza—. Tú. El hombre que me desprecia. El que me ha hecho sentir como una intrusa. El que me acusa de ladrona, de manipuladora… El mismo que me hizo esto y ahora
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