Esa noche, cuando volvieron al departamento, el silencio era tan denso que parecía envolver las paredes.Abril caminó delante, sin mirar a Amadeo. Sus pasos eran firmes, pero en su interior temblaba. No quería que la tocara, no quería que la abrazara. No después de todo lo que había pasado.Amadeo intentó hablar, decir algo, pero ella levantó una mano sin volverse.—Hoy no, Amadeo. Por favor.Él comprendió. Solo suspiró, recogió una cobija del armario y se resignó al sofá.Mientras ella cerraba la puerta de la habitación, apoyó la frente en la madera, conteniendo las lágrimas.Lo amaba, pero también le dolía. No podía fingir que nada pasaba, no con el bebé en su vientre y el caos alrededor.La madrugada fue larga. Ambos daban vueltas en sus respectivos espacios, sin conciliar el sueño. Afuera, la ciudad dormía, ajena a la tormenta emocional que ambos vivían.Pero finalmente, el cansancio los venció.Y al amanecer, cuando los primeros rayos dorados acariciaron el cielo, Abril sintió un
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