Rubí, impasible, se quitó el pañuelo que le cubría la cabeza. Miró directamente a los reporteros y, con una voz gélida y sin emoción, dijo:—Adelante, tomen todas las fotos que quieran. Pero, por favor, déjenme ir después. Después de todo, aún estoy embarazada. Si algo me sucede, será su responsabilidad.Sus palabras cayeron como un balde de agua fría. Por un momento, todo el grupo quedó en silencio; nadie se atrevió a acercarse más.Entonces comenzaron los disparos verbales:—Señorita Gibson, ¿puedo preguntarle por qué se fue? ¿Cuál fue la reacción del señor Maxwell? ¿Piensa divorciarse de él inmediatamente?—¿Cuándo comenzó su relación con el señor Smith? Si lo amaba tanto, ¿por qué no se quedó con él? ¿Fue por el dinero del señor Maxwell?—¿Cuánto obtendrá en el divorcio, señorita Gibson? ¿O no recibirá nada?—¿Y cómo puede ser tan desvergonzada?Las preguntas eran cada vez más crueles, más incisivas. Parecían cuchillas lanzadas una tras otra, buscando desgarrarla.Por un instante,
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