La habitación estaba bañada por la luz del mediodía. A través del ventanal de cristal, el lago reflejaba los tonos verdes de la primavera. Era un lugar tranquilo, hermoso… demasiado tranquilo, pensó Rubí.
—Este sitio es precioso —comentó—. ¿Cómo lo encontraste?
—Por casualidad —respondió Noah con una sonrisa tensa—. Quería un sitio donde no nos molestaran.
Rubí asintió y probó un pedazo de pastel. Era esponjoso y dulce, justo en su punto.
—Está delicioso —dijo—. Bueno, Noah, ¿qué era eso tan importante que querías contarme?
—Toma un poco de café primero —dijo él, llenándole la taza—. Debes tener sed después de caminar tanto. Luego hablamos.
La mirada de Noah era extraña, demasiado fija. Rubí arqueó una ceja, algo desconcertada.
—Está bien… —respondió con cautela. Dio un sorbo y lo observó con curiosidad—. Noah, ¿por qué tengo la sensación de que estás actuando raro hoy?
Noah evitó sus ojos. El peso de la culpa le oprimía el pecho. No podía sostenerle la mirada. Por un momento pensó en