No sabía cómo explicarlo. Con la personalidad de Marcus —dominante y celoso—, ¿cómo decirle que había pasado la noche en un hotel, aparentemente junto a Noah? Aquellas palabras ni siquiera eran creíbles en su propia boca. Estaba aterrorizada; no se había sentido tan desesperada ni siquiera cuando descubrió que no era hija de la familia Gibson.
Comprendió, con una punzada de dolor, lo importante que era Marcus en su vida. Las lágrimas brotaron con más fuerza mientras su voz se quebraba:
—Marcus, por favor… te lo explicaré todo cuando llegue a casa —suplicó, con miedo en cada sílaba.
Noah, a su lado, la miraba con el rostro cubierto de culpa. No hizo ningún intento de hablar; sabía que ya había causado demasiado daño. Deseó desaparecer. Ver a Rubí llorar le partía el alma.
—Marcus, ¿me estás ignorando? —insistió Rubí, sollozando—. Yo… yo no hice nada.
El silencio volvió a hacerse insoportable. Cada segundo parecía eterno.
Finalmente, quizá por la insistencia de sus sollozos o por impaci