Mi corazón se detuvo.—D… Darío… —mi voz se quebró, apenas un susurro ahogado.No pensé, no respiré. Mis piernas se movieron solas, rompiendo la distancia entre nosotros mientras sentía cómo el mundo entero se estrechaba a ese instante. El aire frío de la mañana me cortaba la piel, pero no importaba; el suelo bajo mis pies desapareció y solo quedaban mis manos extendidas, temblando, buscando tocarlo.Kael se detuvo a unos pasos de mí y, sin decir palabra, inclinó el cuerpo y me lo entregó. Mis brazos lo recibieron como si temiera que, si tardaba un segundo más, podría desvanecerse.El calor de su cuerpecito me atravesó el alma.—Nyra… —susurró él, su voz frágil, enterrando el rostro contra mi cuello.Las lágrimas, que llevaba semanas conteniendo, se abrieron paso sin piedad. Lo apreté contra mí, sintiendo su respiración tibia, oliendo su aroma inconfundible, mezcla de tierra y de él… mi hijo. El sol recién nacía sobre el horizonte, tiñendo el claro de tonos dorados y rosados, como si
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