El reloj del pasillo avanzaba lentamente, marcando el silencio en el hospital. Marcos descansaba en la habitación, mientras Isabella permanecía junto a la ventana, mirando hacia el jardín interior, intentando calmar el torbellino de pensamientos que tenía dentro.Victoria se acercó despacio, con ese aire maternal que la caracterizaba, y le habló con voz suave pero cargada de preocupación.—Cariño, te ruego que me ayudes con Marcos —le dijo, con las manos entrelazadas y los ojos humedecidos—. Desde que lo dejaste, ha estado completamente desconcertado. Pasaba las noches bebiendo, sin rumbo, sin descanso. Hace unos días logró reaccionar, dejó el licor, intentó volver a enfocarse… pero me aterra pensar que recaiga. Tú sabes cómo es él cuando se siente solo.Isabella la miró en silencio, su pecho oprimido. Quiso decir algo, pero su voz se quebró antes de salir. Le dolía, sí, le dolía imaginar a Marcos así, enfermo, roto por dentro. Sin embargo, había heridas que todavía ardían, verdades q
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