La casa estaba en silencio. La lluvia seguía golpeando con suavidad los ventanales, como si el cielo se rehusara a dejar de llorar junto a Isabella. En la sala, la tenue luz del candelabro iluminaba los rostros cansados de las dos hermanas. Sofía, recostada en el sofá, observaba a Isabella con el alma encogida; su mirada era una mezcla de tristeza y temor.—Isa… —susurró con voz suave, rompiendo el silencio—, ¿te sientes un poco mejor?Isabella respiró hondo, intentando parecer más tranquila de lo que realmente estaba. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano, aunque sus ojos seguían enrojecidos.—Sí, Sofi… —respondió débilmente—. Ya estoy mejor, de verdad. Anda, ve a descansar.Sofía negó de inmediato, moviendo la cabeza con preocupación.—No quiero dejarte sola. No después de todo esto.Isabella esbozó una leve sonrisa, intentando mostrarse fuerte por ella, aunque el corazón se le estaba rompiendo por dentro. Se levantó lentamente, caminó hacia su hermana y la tomó de las manos.
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