POV Brian Spencer
Tras cerrar la puerta, me recosté con calma contra ella. Respiraba profundamente. Mi mano aún temblaba, no por nervios, sino por la impotencia de no haber despedido al menos a cuarenta personas de mi personal que se me quedaron viendo. Si lo hubiera hecho, muy probablemente los encargados de recursos humanos habrían lanzado el grito al cielo. Con mi dedo índice, aflojé un poco la ridícula corbata y la camisa para poder respirar. Dejé escapar otro suspiro, algo resignado. «Esto va a ser una verdadera pesadilla». Tomé mi teléfono para verme el cabello: totalmente púrpura, de una manera tan catastrófica que juraría que iba camino a un concierto de rock… o a una convención. ¿Por qué vine? Simplemente porque no permitiría que Laurent pensara que me ganó. Ante todo, mi orgullo. No dejaría que se librara de mí ni por un día, aunque tuviera que aparecer en sus sueños para molestarla. Me dirigí a mi escritorio y empecé a buscar mis reuniones. Sorprendentemente, mi secretaria —o mejor dicho, la lunática de mi casi ex secretaria— organizó todo perfectamente… Como siempre. Ella siempre llamó mi atención. Nunca replicaba, siempre decía que sí a mis peticiones, aunque en sus ojos había un fuego inconfundible: si pudiera atarme a un tren justo cuando estuviera por pasar, lo haría. A pesar de todo, me agradaba tenerla a mi lado. En una ocasión, me invitó a la graduación de secundaria de su hermano menor. Había venido a varias fiestas familiares conmigo sin quejarse. Mi familia la adoraba; siempre buscaban emparejarme con ella, pero para mí siempre fue todo estrictamente profesional. Nada más… Pero desde ese correo, vi algo que no esperaba. Ese fuego en sus palabras… me hablaba de una manera que nadie se atrevía. Mientras visualizaba la pantalla de mi computadora, me observé sonriendo. ¿Lo hacía por ella? Mis pensamientos no terminaron de asentarse cuando la puerta de mi oficina se abrió. Leonard entró sin ser avisado, como siempre. Era uno de los lujos de ser mi hermano, lo cual detestaba. Su sonrisa petulante y su caminar pausado parecían planeados, pero no: simplemente era un tremendo perezoso. —¡Whao! Entonces era cierto. Pensé que lo que leí en tu correo y los comentarios en los pasillos eran mentiras, pero déjame decirte que son muchísimo mejor. Escuché una fuerte carcajada mientras se sentaba en mi escritorio, acariciando mi cabello de manera juguetona. Leonard era el menor de mis hermanos y el padre de Monica. No pudo mantener sus pantalones controlados y se convirtió en padre soltero a los diecisiete. Actualmente era el líder de la zona de informática de todas nuestras empresas. —Brian, pareces un troll de esa película infantil —apenas podía hablar por las risas—. Muy pronto te escucharé cantar. Se bajó del escritorio y empezó a cantar “Can’t Stop the Feeling” de la película Trolls. Entrecerré los ojos, listo para matarlo. —Vaya, con ese talento tan impresionante para cantar, seguro que en poco tiempo te vas a quedar tan pobre que hasta el dinero te va a pedir que le des un poco —revisaba mis correos—. Pero oye, al menos podrás decir que cantas como los ángeles… aunque sin un peso en el bolsillo. —¿No te han dicho que ese tonito tuyo espanta a las mujeres? —Sí, y no me interesa. —Por cierto… —su tono se volvió sumamente juguetón y provocador—. ¿Sabes qué está haciendo Richard? —No sé ni me interesa. Richard era mi otro hermano menor, el del medio entre los tres. Coqueto, mujeriego y, sobre todo, extrovertido, lograba que las mujeres lo persiguieran como al flautista de Hamelin. Tenía veintinueve años y, a pesar de ser tres años menor que yo, parecía que socialmente había vivido más. Era el vicepresidente de nuestras compañías simplemente porque no quería toda la responsabilidad… pero sí quería algo para atraer a sus conquistas. —¿Seguro que no quieres saber? —Claramente no. Estoy ocupado. —Richard escuchó por mí que tu secretaria entregó su renuncia, así que la está invitando a salir ahora mismo. Dejé de teclear. Mi mirada se volvió dura. —¿Perdón? —Bueno, técnicamente no estaría violando tu estricta ley de no salir con empleados si ella renuncia. Él siempre ha querido salir con ella, o al menos acostarse, y como tú nunca diste el primer paso, él se te adelantó. Apuntó con la cabeza hacia afuera. Por mi ventana templada, donde ella no podía verme pero yo sí, la vi hablando con Richard. Ella sonreía. Se estaba riendo. Con él. El tic nervioso en mi ojo volvió. Me sulfuraba el estómago, como si tuviera ácido en lugar de sangre. ¿No entendía que no quería a ningún hombre orbitándole como mosca? Todas sus citas las espanté con facilidad. Bastó con amenazas, con llamadas a las oficinas de los idiotas que se creyeron con derecho a invitarla a salir. Patético. Cuando un hombre ama de verdad, lucha con todo. Me levanté con calma, tomé uno de mis informes, y salí de la oficina. —Entonces, cerecita, ¿qué te parece tú y yo esta noche comiendo en el restaurante más costoso de Nueva York? —Richard, sonriendo con esa maldita arrogancia. Laurent solo reía. —Richard, eres tan atractivo como iluso. —¿Estás confirmando que soy tu tipo? Laurent arrugó la nariz. —En realidad no, Richard. Para tu suerte, tengo una cita con mi sofá y N*****x, así que no podré honrarte con mi presencia. Tan ácida, tan directa. Una joya venenosa. Me acerqué tranquilamente y le di un pequeño golpe en la cabeza a Richard con mi informe. —¿Podrías, por cortesía, dejar de acosar a mi aún secretaria? Tiene trabajo que hacer. —Claro, como salir conmigo —le guiñó un ojo. —Richard —intervino ella, con tono firme—. Estoy muy segura de que mi sofá me brindará mejor compañía esta noche que tú. Noté que Richard iba a replicar, así que tomé la palabra con frialdad elegante: —Richard, no hace falta que la invites. Laurent ya tiene una cena programada esta noche conmigo. No lo sabía aún, pero me lo acaba de confirmar. Ella parpadeó. Luego frunció la nariz. —Brian, ¿estás sordo? Tengo planes con N*****x. Le dediqué una sonrisa tranquila, calculada. —Lo sé. Pero esta noche hay una cena con los contribuyentes principales. Imprescindible para los informes que lideras. Pasaré por ti a las siete. Puedes venir en pijama, si quieres. Pero vendrás. —No lo haré. —Lo harás y si tengo que arrastrarte para que vayas, lo haré.Y usa mi tarjeta. Conozco tu gusto por los vestidos que arruinan mi cuenta bancaria. —Soy una secretaria muy cotizada ya deberías saberlo. —Si, lo que digas. Te daré un regalo si terminas el informe antes del almuerzo. La arrastré con la mirada hasta que bajó la vista, visiblemente frustrada. Cerré la puerta de mi oficina al empujar a Richard adentro. Leonard se reía a carcajadas. —Te dije que si hacías una escena delante de él, iría como todo macho alfa tras su elfa —se levantaba, inflando el pecho. —¿Esto es una broma? —Pues claro, hermano. ¿Crees que me interesa la venenosa de tu secretaria? Escuché que le puso laxante a uno de los pasantes que le coqueteaba. Ella está loca. Yo no puedo con eso. Hice una leve mueca. Sí. Laurent era una loca. Una atractiva lunática. ¿Atractiva? —Solo no la molestes delante de mí. —Hermano, si no haces nada, alguien te la quitará. Te veremos muy pronto como el violinista en su boda —Leonard fingía tocar un violín. —Oye, B. ¿Por qué la invitaste a la cena? Ella no tiene que ir. —Eso no es de tu incumbencia. Solo aléjate de ella. —Yo estaré alejado, Brian, pero del que deberías estar pendiente es de Jacob. Escuché que está enamorado de ella. Y que muy pronto piensa invitarla a salir. ¿Jacob? ¿Jacob Stuart? Un socio inversionista que venía todos los días por nuestra asociación de trabajo. Millonario, simpático, seguro, atletico, lo suficiente para hacer que una mujer cayera en sus garras. Siempre asistía a las reuniones cuando ella estaba. ¿Lo peor? A ella parecía agradarle. No. Eso sí era un problema. No lo comprendía… No la quiero cerca. No me conviene, no me deja respirar. Me enfrenta, me reta, me hace cuestionarlo todo. Entonces, ¿por qué diablos me aterra la idea de que otro la bese primero? Intentaba calmarme, pero lo que vi me estremeció aún más. Desde mi posición, pude ver a un rubio de ojos azules hablándole... Era Jacob. Le tomaba la mano de Laurent con delicadeza, besándola con ternura. Su risa. Su mano en la de él. Su mirada bajando ligeramente apenada. Su cuerpo girándose levemente hacia el suyo. Ella no lo rechazaba. No pude evitarlo. Me levanté impulsado por detener todo eso a como diera lugar. Abrí la puerta. Observé a Jacob, quien parecía poder leerme la mente. Y entonces lo escuché. Una sola frase que hizo tambalear todo mi mundo.