La oscuridad era casi total, una manta asfixiante que solo era perforada por la tenue luz que se filtraba de alguna rendija invisible. El aire era pesado, denso, cargado con el hedor a humedad, moho y la putrefacción de los desechos humanos.Una celda de dos metros por dos metros y un cubo de miseria, era el universo de Rebecca. Las paredes de hormigón desnudo rezumaban una humedad perpetua, y el frío se filtraba hasta los huesos. No había ventanas, no había resquicios de luz natural, solo la penumbra perpetua y el eco de sus propios gritos.Rebecca, aún con la misma ropa andrajosa que llevaba la noche en que había intentado huir con Ethan, se aferraba a los barrotes oxidados, sus dedos blancos por la presión. Su cabello, antes castaño y sedoso, era ahora una maraña pastosa, pegada por la suciedad y el sudor, desordenado y con un olor agrio.Su piel, una vez tersa, estaba curtida, llena de mugre incrustada que formaba una capa grisácea sobre su cuerpo, testimonio de los meses de encie
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