El silencio en el comedor era tan denso que podía escuchar el tintineo de los cubiertos de Miranda temblando entre sus dedos. Dejé que la sirvienta me trajera el desayuno antes de seguir con la conversación. —¿Qué más deseas pedirme, Charlotte? —Frederick dejó el periódico a un lado, cruzando los brazos sobre su pecho. Siempre estaba en posición de guerra cuando se trataba de mí, como si estuviera listo para pelear. Respiré hondo, disfrutando cómo cada par de ojos en la sala pendía de mis palabras. —Quiero remodelar la mansión —declaré, jugueteando con los cubiertos de plata—. Cambiar los muebles, los cuadros, el color… todo. Miranda ahogó un grito, como si mi petición incluyera quemarla en una hoguera. Bueno… ahora que lo pensaba.—¡Es una locura! —gritó, levantándose de la silla con tal fuerza que casi la tumba—. ¿Por qué cambiarías una mansión que está en perfecto estado? ¡Tu mal gusto no puede arruinar…!—¡Silencio!La voz de Frederick cortó el aire como un cuchillo. Miran
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