LILIANA CASTILLOEl amanecer nos encontró cansados, pero satisfechos. Los militares recogían los cuerpos del piso y apagaban el fuego. Poco a poco el caos estaba cediendo. Volteé hacia Matt y Julia, estaban abrazados, en medio de ellos Mateo, que parecía no poder respirar por la fuerza con la que lo estrujaban, pero estaba feliz. Entonces una gotita cayó del cielo, justo en mi mejilla. Cuando levanté la mirada noté la enorme nube negra que nos cubría y la lluvia cayó, cálida, suave, sin relámpagos, solo limpiando todo el desastre. Cerré los ojos y me quedé ahí, en medio del jardín, queriendo que el agua limpiara la sangre que manchaba mi piel, la culpa por todo lo que hice, porque cada muerte venía acompañada de remordimiento y la sensación de que me perdía a mí misma, poco a poco. Mi padre tenía razón, esta no era la vida que yo quería, de soldado. Agradecía lo que había hecho, agradecía el entrenamiento y todas las enseñanzas, pero era difícil cargar con las consecuencias. De pron
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