La mentira brotó de los labios de Daniel con una fluidez que lo asustó. Algo sobre una emergencia familiar, una llamada urgente que no podía ignorar. Las palabras se derramaron como miel venenosa mientras sus ojos evitaban cuidadosamente los de Lucía, esos ojos que momentos antes había devorado con una hambre que aún pulsaba en sus venas como un veneno dulce.¿Cuándo se había vuelto tan experto en el arte de la traición?El aire del salón se había vuelto irrespirable, cargado con el fantasma del beso que había estado a punto de consumirlos. Cada fibra de su ser gritaba que se quedara, que terminara lo que había comenzado, que se perdiera en esa mujer que había despertado algo primitivo y peligroso en las profundidades de su alma cuidadosamente blindada.Pero la razón —fría, calculadora, despiadada— había tomado el control con la precisión de un bisturí.La mirada de Lucía lo siguió mientras se alejaba, y Daniel sintió ese peso como dagas de hielo clavándose entre sus omóplatos. Se mov
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