Empujé la puerta y el hedor a sangre fresca me golpeó en la cara. Dentro, la Luna Suprema yacía en el suelo, apenas consciente, cubierta de moretones y sangre seca. Un humano, enorme, tenía el puño en alto, listo para descargar otro golpe sobre su rostro. No le di oportunidad. Con un rugido, me lancé sobre él. Mis garras rasgaron su cuello en un solo movimiento; la sangre brotó caliente mientras el cuerpo se desplomaba contra la tierra. El silencio que siguió fue sofocante. Avancé hacia ella de inmediato. Su respiración era débil, entrecortada. El brillo de su rango seguía allí, aunque apagado, oculto bajo el dolor. Sus ojos intentaron enfocarse en mí, pero se cerraron con cansancio. No había tiempo para vacilaciones. Me arrodillé junto a ella y, con la urgencia de alguien que conoce el peso de una orden directa de la Gran Madre, tracé el círculo en la tierra con una garra. La energía respondió al instante, el suelo iluminándose con un resplandor blanquecino que temblaba
Leer más