La puerta se abrió con apuro, casi con desesperación. Gabriela se levantó del sillón al escuchar el ruido y vio a Lautaro entrar rengueando, el rostro pálido por el dolor y la angustia.—¿Dónde está? —preguntó sin siquiera saludar, buscando con la mirada.Gabriela no necesitó responder. En el comedor, sentada con los ojos vidriosos, estaba Jenifer. Su mirada se alzó al escuchar su voz y por un segundo, el tiempo se detuvo.Lautaro caminó hacia ella, cojeando. Le dolía el tobillo, le dolía el pecho, le dolía la garganta por la cantidad de veces que la había llamado sin respuesta. Pero nada importaba más que ella.—Jenifer... —susurró, deteniéndose frente a ella—. No sé ni cómo empezar.Jenifer lo miraba con ojos húmedos, con miedo, con amor contenido.—No tenés que decir nada si no querés —murmuró ella, pero él negó con la cabeza.—Sí. Sí tengo que hacerlo. Porque vos sos lo mejor que me pasó en este tiempo, y no puedo perderte por algo que no fue lo que pareció.Gabriela, con la mirad
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