Rowan no hizo ningún gesto. No frunció el ceño, no entrecerró los ojos, no mostró señales de sorpresa ni de desagrado. Solo permaneció en silencio, con la espalda recta, el rostro inexpresivo y las manos entrelazadas sobre el escritorio, escuchando cada palabra que salía de los labios de Hazel.Ella, quizás por primera vez en muchos años, parecía hablar sin medir del todo las consecuencias, como si la presencia imperturbable de ese hombre le hubiera dado permiso para vaciar su conciencia… o para reafirmarse en su versión de la historia.—Durante todos esos años —continuó Hazel—, hasta que se hizo mayor, Nadia se encargó del servicio doméstico. Esa era su función. Y no voy a mentirle: yo jamás pude verla como una sobrina. No lo sentía, no me nacía. La veía como parte del personal, como alguien que estaba allí para cumplir una labor, así que la trataba como tal. Le daba órdenes, le asignaba tareas. Esperaba resultados y no una relación afectiva.Se detuvo por un instante, lo justo para
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