El apartamento olía a café quemado y lágrimas frescas. Daniela se mecía en el sofá, las uñas clavándose en sus propios brazos hasta dejar marcas rojas en su piel pálida. Cada latido de su corazón resonaba como un tambor de guerra en sus oídos, tan fuerte que casi podía escucharlo en el silencio de la habitación. Los minutos pasaban, pero sabía que no podría dormir, no mientras Laura estuviera en peligro.Alexander cerró la puerta con un clic apenas audible, su silueta imponente recortándose contra la luz tenue del pasillo. Sus ojos fríos escudriñaron la habitación antes de posarse en Daniela, evaluando cada temblor de sus manos, cada lágrima que se resistía a caer.—Esos tipos sabían mi nombre, sabían de ti Alexander —Daniela se paseaba de un lado al otro de la habitación como una tigresa enjaulada, para finalmente caer de rodillas frente al sofá, sus dedos aferrándose al borde como si fuera un salvavidas—. No entiendo cómo. No entiendo por qué.Alexander se acercó lentamente, sus zap
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