El teléfono de la casa de los padres de Daniela sonó en plena cena.
—¿Bueno? —contestó el padre con la boca llena.
—Buenas noches, señor Guerra. Habla Roberto. Necesitamos hablar sobre su hija —la voz al otro lado sonaba grave, calculadora.
—¿Roberto? Pero si Daniela dijo que ya no...
—Que ya no está conmigo, si es cierto. Pero creo que debería saber el por que—interrumpió él—. Precisamente por eso llamo. ¿Sabe con quién anda ahora su niña? Con un ruso, que por cierto no anda en buenos pasos.
Dejó caer el tenedor.
—¿Qué está diciendo? —preguntó la madre de Daniela
—Conozco a mi hija, se que ella no...
—¿No que? Que su hija se vendió por una casa en Varadero y joyas caras —escupió Roberto—. ¿No se lo ha contado? Claro, cómo iba a hacerlo.
El teléfono de Daniela vibró sobre la mesilla de noche a las 3:47 AM. La pantalla mostraba una llamada de su padre, algo que nunca ocurría a esas horas.
—¿Papá? ¿Todo bien?
—¡¿Cómo pudiste, Daniela?! —el grito de su padre la dejó