El sueño llegó como una niebla espesa, arrastrándose bajo la puerta de su consciencia. Brianna se encontró corriendo por un bosque que nunca había pisado, pero que reconocía en cada fibra de su ser. La luna, enorme y plateada, iluminaba un sendero entre pinos antiguos. Sus pies —que no eran sus pies— se movían con la seguridad de quien conoce cada raíz, cada piedra, cada secreto enterrado bajo el musgo.Sangre. Había sangre en sus manos. No era suya."Corre", le ordenaba una voz en su cabeza. "No mires atrás".Pero ella —él— miró. Y lo que vio fue un cuerpo destrozado, una mujer de cabello dorado tendida sobre un lecho de hojas carmesí. Sus ojos, aún abiertos, reflejaban la luna como dos lagos congelados."Madre", susurró con una voz que no era la suya.Brianna despertó jadeando, con el corazón martilleando contra sus costillas como si quisiera escapar. Era la tercera noche consecutiva. La tercera vez que soñaba con recuerdos que no le pertenecían, con un dolor que no era suyo pero qu
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