El silencio de la mansión era ensordecedor. Mariana caminaba descalza por el pasillo de mármol, escuchando el eco de sus propios pasos como única compañía. Tres días habían pasado desde la partida de Alejandro a Nueva York, y la casa parecía más grande, más vacía, más fría.Se detuvo frente al ventanal que daba al jardín. La lluvia caía con fuerza, formando pequeños ríos en el césped perfectamente cortado. El cielo gris reflejaba su estado de ánimo: turbio, confuso, melancólico.—Patético —murmuró para sí misma, abrazándose—. Ni siquiera puedes pasar unos días sin él.Pero no era solo la ausencia lo que la atormentaba. Era la forma en que se había marchado: frío, distante, como si aquel beso nunca hubiera existido. Como si los momentos de cercanía fueran solo un espejismo en el desierto de su relación contractual."Es un viaje de negocios, Mariana. Volveré en una semana", le había dicho con aquella voz neutra que usaba para los asuntos corporativos. Sin un abrazo, sin una mirada que d
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