El almacén aún palpitaba con el eco del beso de Diego, el sabor de su deseo aferrándose a los labios de Valeria como una promesa rota. Pero la aparición de Carmen, con su mirada de acero, había cortado el aire como una guillotina. El mensaje anónimo —Mantente lejos de él— destellaba en su teléfono, una amenaza que se enredaba con la culpa y el miedo que la consumían. Carmen estaba frente a ellos, su presencia un recordatorio cruel de la vida que Diego había prometido a otra.—Carmen, no es lo que piensas —dijo Diego, su voz tensa, pero sus ojos seguían anclados en Valeria, como si no pudiera soltarla.Carmen arqueó una ceja, su postura rígida como una estatua. —No me tomes por ingenua, Diego —respondió, su tono gélido—. No soy Ana, que se ciega con tus promesas. Esto —señaló a Valeria con un gesto despectivo— es una traición que no permitiré.Valeria sintió un nudo en el estómago. Quiso defenderse, explicar que lo que sentía por Diego no era un capricho, sino un incendio que no podía
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