La medianoche envolvía el Hospital General de San Juan en un manto de silencio, roto solo por el zumbido de las luces fluorescentes y el eco de los pasos de Valeria en el pasillo desierto. El mensaje anónimo quemaba en su mente: Si quieres saber quién es el padre de Pablo, reúnete conmigo en el almacén del hospital. Medianoche. Ven sola. Cada palabra era un anzuelo, tirando de ella hacia un abismo de secretos que temía y anhelaba desentrañar. Pero no estaba sola. Diego la seguía, sus pasos firmes detrás de ella, su presencia un imán que la atraía incluso cuando intentaba resistir.
—Valeria, espera —dijo, su voz un murmullo grave que resonó en el pasillo vacío. La alcanzó en la puerta del almacén, su mano atrapando su muñeca con una suavidad que contrastaba con la intensidad de sus ojos—. No puedes hacer esto sola. No después de lo que pasó con Pablo.
Ella giró hacia él, su aliento entrecortado. La luz tenue dibujaba sombras en su rostro, destacando la curva de su mandíbula, el destell