—Estás muy seria, ¿te pasa algo, Mariella? —preguntó con un deje de inquietud.Agaché la mirada, dejando los cubiertos a un lado. No quería que mis lágrimas de angustia y tristeza fueran visibles.—Sí, pasa algo —suspiré profundamente, intentando aplacar el nudo que se había asentado en mi garganta—. Vine para hablar sobre los arreglos de nuestra boda.Él guardó silencio, pero podía sentir el peso de su mirada clavada en mí, tan penetrante como desconcertante.—Así que de eso tenemos que hablar, William —dije, intentando mantener la compostura—. Y preferiría resolver el asunto cuanto antes, para luego poder marcharme.Elevé un poco la vista, solo lo suficiente para toparme con su rostro. Su expresión estaba teñida de confusión, y lo entendía. Más temprano, habíamos logrado charlar con cierta calma, y, aunque no conectamos en el nivel que él esperaba, habíamos encontrado un pequeño punto de tregua. Ahora, sin embargo, parecía como si todo hubiera retrocedido a aquellos días en los que
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