La mañana era gris, el cielo plomizo un reflejo del peso que cargaba en el pecho. Afuera lloviznaba, las gotas golpeando las ventanas como un lamento silencioso. Logan entró a la mansión con el sobre en la mano, su corazón latiendo con una urgencia feroz. Sophie estaba en un ala apartada de la casa, donde se había refugiado con los trillizos, huyendo del bullicio de las cámaras y del tormento que la consumía. Había evitado a Logan durante días, incapaz de soportar el dolor de verlo, de enfrentar la traición que, aunque incierta, le quemaba el alma como un veneno. Cada llamada suya, cada mensaje, era un dardo que reabría la herida. Incluso los recuerdos de su amor, aquellos momentos de pasión y promesas, se habían convertido en cuchillos que la herían con cada evocación.Logan la encontró en el salón del ala este, sentada junto a una ventana, su figura frágil pero digna, envuelta en un chal que parecía protegerla del frío que no venía del aire, sino de su corazón. Los trillizos jugaban
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