Si alguna vez pensé que la casa Makarov era silenciosa… me equivoqué. El verdadero silencio no es ausencia de ruido, sino el eco de algo que está por estallar. Y eso era exactamente lo que se respiraba en cada rincón de la villa: tensión encapsulada, lista para romperse como un cristal mal colocado.Las ventanas estaban cerradas, las luces apenas encendidas y los pasillos, usualmente transitados por sirvientes o miembros del clan, estaban vacíos. Solo se escuchaban pasos suaves, conversaciones en voz baja, armas cargándose. La familia Makarov se preparaba para una guerra.Una emboscada, dijeron.Una advertencia, pensé.Yo caminaba con los hombros rígidos, como si alguien pudiera dispararme desde cualquier esquina. Tal vez porque, por primera vez, entendía que estar en el centro del huracán no te vuelve intocable. Solo te hace más visible.Y lo peor era que Viktor se movía como si esto fuera rutinario. Como si anticipar una masacre fuera parte de su agenda. El traje negro impecable, la
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