La mansión parecía un laberinto de susurros y miradas punzantes. Cada paso que daba, cada palabra que pronunciaba, era analizada y juzgada. No era fácil ser la recién llegada, la esposa temporal, la pieza que todos querían observar de reojo. Sentía que cada encuentro con un familiar era una prueba silenciosa, una especie de examen al que debía sobrevivir sin tropezar. Y, sin embargo, el peso más grande no venía de ellos, sino de Viktor.Él estaba distante. Más que en días anteriores. Un muro invisible parecía separarlo de mí, aunque vivíamos bajo el mismo techo. Sus ojos, habitualmente intensos y penetrantes, ahora se perdían en la nada, ocultando algo que no quería compartir. Lo noté la mañana en que, mientras desayunábamos, no levantó la mirada ni una sola vez. Tampoco me habló.Yo, en cambio, trataba de encontrar mi lugar, pero me sentía cada vez más pequeña, más frágil, y extrañamente sola.Una noche, cuando Viktor no estaba, el silencio de la casa me empujó a buscar respuestas en
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