Tenía que admitir que su asistente tenía la capacidad de hacerlo olvidar de los problemas, por unos segundos al menos, con un simple comentario que no venía a cuento. —Ah, entonces imagino que ya tienes una idea de quién es —dedujo. —Algo así. La recuerdo porque ella fue quien nos condujo a la mesa. —De pronto, ella entrecerró los ojos, mirándolo, no, escrutándolo sin reparos—. Tal vez esto que diré esté de más y me disculpo de antemano por eso, pero lo diré de todas maneras. —La sorpresa lo envolvió, pestañeando como tonto al dedo acusatorio con el que ella lo estaba apuntando—. No sabía ni tenía idea alguna de que a usted le gustaran las mujeres jóvenes. Ella lo es, señor. —Y nadie, incluida tú, tendría que haberlo sabido —refutó, recuperándose de la súbita sorpresa. —Pero ahora lo sé. —Sí —concordó—. Además, no es como si tuviera algún poder para borrarte de la mente lo que viste. —Inhaló y exhaló hondo, viendo a Johari bajar la mano y escondiendo el dedo que lo apuntaba—. El
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