La camarera.
Si de por sí el sábado no era su día favorito para trabajar, nunca esperó que el día tuviera un desenlace tan anfibológico. Había demasiadas cosas en su mente y necesitaba llegar a casa y pensar con tranquilidad.
Posterior a dejar todo en orden en la salita de descanso, regresó a su puesto. Miró con una especie de nostalgia la puerta cerrada de la oficina de su jefe. Sabía que él seguía allí, martirizándose con el asunto del chantaje y el vídeo. Ahora estaba enterada de la razón por la que él había estado actuando distante y frío durante toda la semana.
Inhaló profundamente y apagó su computadora. No había nada más que hacer en la oficina y si quería poner en marcha su plan para ayudar al hombre, no debía perder el preciado poco tiempo que tenía.
Su jefe confió en ella con un asunto tan delicado como privado. No quería defraudarlo y, ciertamente, no dejaría que nadie se aprovechara del hombre.
(…)
Así como su jefe confiaba en pocas personas, no era muy distinto en su caso. Por es