Esa mañana me desperté con una extraña sensación de felicidad. Después de semanas, encerrada en esta casa, por fin iba a salir. No me malinterpreten: la casa tiene absolutamente todo —hasta una piscina espectacular con borde infinito—, pero el hecho de no poder salir, de no poder asistir al instituto, comenzaba a hacerme sentir como una prisionera con lujos.Gabriele, como siempre, se había levantado mucho antes que yo.—Debo asegurarme de que todo esté en orden antes de que salgamos —me dijo cuando, medio dormida, le pregunté por qué se iba tan temprano de la cama.Lo cierto es que salir de casa conmigo parecía requerir de una logística militar. A estas alturas, comenzaba a incomodarme. ¿Realmente era necesario tanto secretismo, tanto control?Mucho más tarde, cuando finalmente bajé a desayunar, me encontré con Gerónimo sentado a la mesa junto a Gabriele. Apenas me vieron aparecer, ambos se quedaron en silencio. Sus miradas decían más que mil palabras.—Buenos días —saludé con cautel
Leer más