Los primeros rayos del sol se filtraban perezosos entre las cortinas, bañando la habitación en una luz cálida y suave. Amatista apenas se movió, enredada entre las sábanas, con los ojos cerrados y el cuerpo pesado.Enzo, ya medio despierto, se estiró junto a ella y la observó con una sonrisa ladeada. Su voz, aún ronca por el sueño, rompió el silencio.—Vamos, gatita… —susurró, inclinándose para besar suavemente su hombro—. Es hora de levantarse y darnos un buen baño.Amatista emitió un leve quejido y, en lugar de responder, se dio la vuelta, enterrando el rostro en la almohada.Enzo soltó una risa baja, divertida por su actitud.—Eres una perezosa incorregible.Amatista murmuró algo ininteligible, pero luego habló con voz adormilada:—No soy yo, es nuestro hijo el que tiene sueño… —bromeó, esbozando una sonrisa perezosa.Enzo rió con suavidad.—No pongas excusas, gatita. No me lo creo.Sin abrir los ojos, Amatista estiró los brazos y lo atrajo hacia ella, envolviéndolo en un abrazo cá
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