David Una vez que Ámbar se marcha con su chófer, regreso al restaurante para cumplir con mi misión, que es objetivamente absurda. Aun así, no me importa. Simplemente, no puedo ignorar este coqueteo, y como no puedo reprocharle nada a Ámbar, alguien tiene que pagar los platos rotos. —Señor, no lo sabía, por favor, disculpe —me pide el mesero mientras lo sujeto del cuello de la camisa. —¿Cómo no vas a saberlo? ¿Te parece normal que una mujer y un hombre cenen solos? —Bueno, es que no le vi el anillo en el dedo.—Tenemos problemas de circulación, pero estamos casados. ¡Casados! ¿Conoces lo que es el matrimonio religioso? —Sí, señor, lo sé. Le pido disculpas. Por un momento, siento compasión por él, pero rápidamente recuerdo la forma en que miraba a mi Pecas y vuelvo a agitarlo. Espero que el movimiento del cerebro le reacomode las ideas y se le olvide el rostro de Ámbar. —Solo podría perdonarte si me dejas arrancarte los ojos —mascullo, fantaseando con esa idea. El chico palidece
Leer más