La luz tenue del amanecer se colaba por la tela de la tienda, tibia, suave… y cargada de un silencio espeso, reverente. Dentro, los cuerpos descansaban entrelazados, aún cubiertos con rastros de ceniza mágica que comenzaban a desvanecerse. Nyrea fue la primera en abrir los ojos. El mundo volvió como un golpe sordo: el cansancio extremo, la vibración residual de la llama, el peso del poder que había invocado... y el calor. El calor de él. Darién. Estaba abrazándola, como si su cuerpo lo hubiese hecho por instinto incluso en el sueño más profundo. Su rostro, aún pálido, tenía algo de color. Su respiración, aunque débil, era constante. —Lo logré… —susurró Nyrea, apenas audible. Intentó no moverse, pero el más leve gesto lo despertó. Sus ojos, oscuros y aún empañados de dolor, se abrieron lentamente y lo primero que enfocaron fue su rostro. —Nyrea… —fue un jadeo más que una palabra—. ¿Estoy muerto? Ella soltó una carcajada leve, mezclada con lágrimas contenidas, y se inc
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