El cielo de Brumavelo amaneció despejado, como si incluso las nubes respetaran el momento que se avecinaba. En la terraza alta del consejo, decorada con estandartes rojos y grises —colores de Ignarossa y Vyrden—, los miembros del consejo de Nyrea aguardaban en semicírculo. Frente a ellos, Kaelrik de Vyrden, firme, con su escolta a distancia prudente. Nyrea entró primero, con una capa de fuego oscuro que ondeaba tras ella como una llama viva. A su lado, Darién. Erguido. Sereno. Poseía la calma del lobo que sabe quién es, y no necesita demostrarlo. Los murmullos cesaron. Kaelrik bajó la cabeza en señal de respeto. —Nyrea Ignarossa. Dama de fuego y verdad. Vengo en nombre de la manada de Vyrden a cerrar el pacto ofrecido. Sello nuestra alianza, no como súbditos, sino como hermanos en la causa del renacer. Nyrea asintió, alzando una mano abierta. —Acepto tu alianza, Kaelrik. Que Vyrden y Brumavelo se sostengan sin cadenas, pero con lealtad. Tu gente encontrará en estas tierras un
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