El eco del disparo se disipó, dejando un silencio más pesado, más opresivo que cualquier grito.El humo de la pólvora se arremolinaba en el aire, picando la garganta de los invitados, dejando un velo fantasmagórico sobre el horror que se había desatado. Los invitados se quedaron inmóviles, como estatuas de terror, sus ojos clavados en Hywell, que aún sostenía el arma humeante con una expresión de furia y un asombro brutalmente repentino.El socio, con el labio partido y la respiración agitada, lanzó una mirada frenética a su alrededor, buscando el impacto, el cuerpo.Hywell, en su locura, no había apuntado con precisión; su disparo había sido un acto de rabia ciega, no de puntería calculada, pero entonces los ojos de Nick se abrieron en un horror glacial. Sus gritos silenciosos se materializaron en un sonido ahogado.Vio el escarlata, no solo el color vibrante del vestido de Jade, sino un rojo más oscuro, expandiéndose rápidamente sobre la tela de seda, justo debajo de su omóplato.La
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