El grito ahogado de Nick resonó en el salón mientras Jade caía inerte en sus brazos. La verdad de su sacrificio, pronunciada en su último aliento consciente, se cernía sobre el horror como una mortaja helada. El escarlata de su vestido se oscurecía con cada segundo que pasaba, empapado en la sangre que fluía sin cesar de la herida en su espalda. Nick volvió a gritar y todos se estremecieron. Robert, quien pensaba que solo era otro amante de Jade, tragó grueso y Hywell supo la verdad: era a Nick a quien amaba. Era él quien en verdad era su enemigo.
El caos en la mansión alcanzó su punto álgido.
Los invitados, presas del pánico, se precipitaron hacia la salida, chocando entre sí en su desesperación por escapar del escenario de la tragedia. La seguridad de Hywell, sorprendentemente lenta en reaccionar, finalmente comenzó a moverse, tratando de contener la estampida y asegurar la propiedad.
Mientras Hywell subía las escaleras, el arma aún en su mano, una ambulancia se abrió paso por el la