Los invitados, antes petrificados por el terror, comenzaron a moverse en un caos silencioso. Algunos se apresuraron a salir de la mansión, otros se acurrucaron en las esquinas, susurrando oraciones. El personal, con el rostro pálido, se movía torpemente, sin saber qué hacer, y Nick despegó sus labios de Jade. Esa petición fue la cosa más dolorosa que Nick escuchó alguna vez. Ella se estaba muriendo en sus brazos, y nadie parecía ayudar.
—¡Quítate! ¡Necesita ayuda médica! ¡Tenemos que llevarla a un hospital! —exclamó Robert, recuperándose del shock inicial.
Su rostro era una máscara de dolor y rabia.
—¡No te la vas a llevar tú! —gruñó Nick, apretando a Jade contra su pecho. Sus ojos, inyectados en sangre, se clavaron en Robert con un odio feroz—. ¡Ni tú, ni nadie! ¡Yo me encargo de ella!
—¡Estás loco! ¡No sabes lo que haces! ¡Está perdiendo demasiada sangre! —replicó Robert, intentando apartar a Nick, pero este se aferró a Jade con una fuerza desesperada.
Nick desconocía gran parte de