Los ojos de Lena, enrojecidos de ira, se clavaban en aquel hombre de mirada oscura y mandíbula tensa. Respiró hondo, negándose a derramar una sola lágrima, pero sus pupilas brillaban como cristales rotos bajo la luz. "Apareció otra mentira en mi vida", pensó con tristeza.—¡Qué mal genio tienes, hermano! Ven, preséntate con tu hija. Ella es Alara... bueno, Lena. Se hizo pasar por muerta, ¿puedes creerlo? —La carcajada grotesca de Donato resonó en el aire—. Esa habilidad la heredó de nosotros. Se lleva en la sangre.Lena volvió la mirada fría hacia Donato. El dolor en su pecho era insoportable, como si alguien le hubiera arrancado el corazón y lo mantuviera latiendo frente a sus ojos.—¡Cállate, desgraciado! —rugió con la voz quebrada por el odio—. Ya te dije que no somos nada. Me repugnas, me das asco; eres una aberración en este mundo... y acabaré con tu vida. Así me aseguraré de que no vuelvas a entrometerte en mi camino, ni en el de mi hija.El rostro de Lena se ensombreció. Tenía
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