Damián—¿Julieta? ¿Julieta? ¿Dónde estás? —fui corriendo por el bosque, sin rumbo fijo. Salía de la manada, la bordeaba, mientras Octavio y Severino iban detrás de mí.—¡Alfa! ¡Alfa! —gritaban, pero apenas los escuchaba. La única voz que predominaba era esa voz femenina que me llamaba, que repetía mi nombre.—¡Alfa, espere!—Hay peligro, ven, alfa, ven —decía la voz, entrecortada, temblorosa. No sabía quién era, pero enloquecía a mi lobo. Corríamos en círculos, caíamos y volvíamos a levantarnos.—¡Mate! ¡Mate! —aullaba y no podía controlarlo.—¿A dónde voy? ¿Dónde está? —pregunté, pero la voz lloraba, vibraba de dolor, y podía sentirlo. Sentía su desesperación, su angustia, su soledad y me estaba volviendo loco.—¡Alfa, espere! —Severino me sujetó con fuerza. Me sacudí, pero sabía que la maldición les daba una fuerza terrible a esos lobos. Mi vision era borrosa, y al parpadear vi a Octavio frente a mí. —Beta… ella…—Estás perdiendo el control, tienes que calmarte.—No puedo… Julieta,
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