La confesión de Elio fue una bomba de fragmentación. Explotó en el silencio de la usina, y sus esquirlas de una verdad imposible se clavaron en el alma de todos. Selene, arrodillada en la pasarela, miraba a su enemigo y ya no sabía qué veía. ¿A un monstruo? ¿A un mentiroso? ¿O al único superviviente, además de ella, de una traición orquestada por su propio padre y el de Florencio? La duda era un veneno más potente que la plata. Florencio, desde la sala de control, sentía que el suelo se deshacía bajo sus pies. Leonardo Lombardi. Su padre. El mártir. ¿Aliado con los luisones? ¿Un traidor? La idea era una blasfemia, una locura. Era la mentira de un monstruo herido para sembrar la discordia. Tenía que serlo. Pero la semilla, una vez plantada, ya había echado raíces. Abajo, Elio se apoyó contra la barandilla, jadeando. La batalla lo había dejado destrozado, pero su revelación le había dado una nueva victoria, una psicológica. Había perdido la pelea, pero quizás, acababa de ganar la guerr
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