Desde la ventana del salón, podía ver cómo las luces de la ciudad titilaban como una promesa oculta, como ese brillo que solo alcanza quien sabe dónde buscarlo. Era una noche perfecta para aparecer, para mostrarme no solo como la heredera, sino como la dueña indiscutible del juego que había comenzado hace tiempo.No era solo un asunto de poder; era un arte, una danza que yo había aprendido rápido porque, al fin y al cabo, mi vida nunca había sido sencilla. El lujo que me envolvía aquella noche no era más que el disfraz que me permitía moverme sin levantar sospechas, pero detrás de cada sonrisa, de cada palabra medida, había un pulso firme que controlaba el ritmo de la partida.Entré en el evento con la confianza de quien sabe que todos los ojos están en ella. Sabía que los rumores corrían, que los aliados de mi padre estaban evaluando si seguir o abandonarme. Yo no estaba para negociar por compasión, sino por estrategia. El juego había cambiado, y yo había aprendido las reglas a base
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