El sol caía lento sobre los jardines del palacio, tiñendo de oro cada hoja, cada flor. Caminaba sin prisa, sin palabras, mientras Matteo permanecía a mi lado, en silencio, como una sombra protectora que no necesitaba explicaciones para saber lo que pensaba. Aquel paseo no era un ritual, sino un refugio efímero entre tanta tormenta.Mis dedos rozaban los pétalos de las rosas, aquellas que mi padre solía contemplar cuando la noche se volvía demasiado pesada. Cerré los ojos un instante y dejé que el aroma me envolviera, intentando encontrar en esa fragancia un poco de paz, aunque fuera solo un instante fugaz.—¿Sabes? —mi voz se quebró apenas, sin que él respondiera—. A veces me pregunto quién era esa niña que creía en cuentos de hadas y príncipes, que soñaba con una vida sencilla... y quién soy ahora.Matteo me miró con esa mezcla de ternura y fuego que siempre lograba desarmarme, aunque fuera solo un poco.—Eres la mujer que tuvo que quemar su inocencia para sobrevivir en este mundo de
Leer más