Fue en ese silencio cuando él se inclinó, sin brusquedad, como quien no quiere romper nada. Su frente tocó la mía. Cerré los ojos. El momento era frágil, de esos que, si se nombran, se rompen.Sus labios rozaron los míos, pero no fue un beso completo. Fue apenas un roce, una promesa suspendida. Mis manos buscaron su pecho, no para alejarlo, sino para sentir que era real.—No deberíamos… —murmuré, con la voz entrecortada. —Hay demasiadas leyes que prohíben esto, no va a acabar para nada bien.—Lo sé —respondió él, aún más cerca—. Pero tampoco quiero seguir pretendiendo que no lo siento.Entonces sí nos besamos. No fue precipitado ni torpe. Fue un beso de esos que no buscan conquistar, sino comprender. Un beso que nacía desde el respeto, desde la herida compartida, desde lo no dicho.Cuando nos separamos, no dijimos nada. Nos quedamos así, hombro con hombro, respirando al mismo ritmo.Esa noche, no sucedió nada más. Y, sin embargo, algo cambió para siempre.—Creo que mejor me voy a desc
Leer más