La sala está en completo silencio cuando el juez entra. El eco de sus pasos retumba entre las paredes mientras todos se levantan, como un acto reflejo de respeto, de solemnidad. Isabella está sentada en el banco, las manos apretadas sobre su regazo, los nudillos blancos por la presión. A su lado, Alexander se mantiene firme, con la mirada fija en el estrado. Su expresión es la de un hombre que ha visto demasiadas batallas y lleva cada cicatriz en el alma.El juez toma asiento, y con voz grave, comienza a leer el veredicto. La audiencia ha sido larga, dolorosa, llena de verdades que desgarran. Isabella recuerda cada palabra del fiscal, cada prueba, cada testimonio. Los días han sido una cadena de tormentas, pero hoy, por fin, parece que el cielo podría abrirse para dejar pasar un rayo de justicia.—En el caso del acusado Javier Calderón—dice el juez, sus lentes descansando al borde de su nariz—, este tribunal lo encuentra culpable de los cargos de conspiración, secuestro agravado,
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