EmilyEl sol de la tarde se filtra por las ventanas de nuestra casa, creando patrones dorados sobre el suelo de madera. Desde aquí, sentada en el porche trasero con una taza de té entre mis manos, puedo ver a Christopher persiguiendo a los niños por el jardín. Sus risas llenan el aire como música, el sonido más hermoso que jamás haya escuchado.Cinco años. Han pasado cinco años desde aquel día en que mi vida cambió para siempre. A veces, cuando cierro los ojos, todavía puedo sentir el peso de aquella carta en mis manos, el dolor que me atravesó al saber que Daniel no volvería. Pero el tiempo, ese sanador silencioso, ha transformado lo que una vez fue una herida abierta en una cicatriz que ya no duele al tocarla.—¡Mamá, mira lo que encontré! —grita Lily, corriendo hacia mí con algo entre sus pequeñas manos.De los tres, Lily es la más parecida a Daniel. Tiene sus mismos ojos, ese azul profundo que parece contener océanos enteros. A veces, cuando me mira con esa intensidad suya, siento
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