LUCAEl cementerio de Palermo siempre me pareció un lugar extrañamente pacífico. Irónico, considerando cuántas de las personas que descansan aquí murieron de forma violenta. Los cipreses se mecen suavemente bajo el cielo siciliano, proyectando sombras alargadas sobre las lápidas de mármol. Camino un paso por detrás de Isabella, como siempre lo he hecho, pero ahora por respeto, no por deber.Han pasado cinco años desde que todo cambió. Cinco años desde que dejamos de ser guardaespaldas y protegida para convertirnos en algo más complejo, más peligroso y, paradójicamente, más hermoso.Isabella se detiene frente a la tumba de su padre, Salvatore Moretti. La lápida, imponente y sobria, contrasta con el hombre que fue en vida: excesivo, temperamental, implacable. A su lado, la tumba más reciente de su madre, fallecida hace apenas dos años de un cáncer que la consumió con la misma voracidad con la que ella consumió su vida entre excesos y remordimientos.—Matteo, ven aquí —llama Isabella co
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