Sergio estaba sentado en el suelo, desnudo, con el rostro cubierto por ambas manos. La ropa, esparcida por toda la habitación, parecía el eco de un huracán recién pasado.Su cuerpo temblaba, pero no por frío, sino por el peso brutal de la culpa.Jamás, en toda su vida, había sentido algo tan oscuro dentro de sí. Había hecho muchas cosas imperdonables, pero esto… esto lo destruía por dentro.El llanto que rompió el silencio fue como una puñalada. Un gemido ahogado, desgarrador, que lo sacó de su trance.Se puso de pie con movimientos torpes, recogió sus ropas del suelo sin atreverse a mirarla. Descalzo, avergonzado, salió de la habitación como un criminal huyendo de su propia condena.Sobre la cama, Ariana yacía envuelta en una sábana blanca, con el cuerpo encogido, rota. Sus sollozos eran una mezcla de rabia, dolor y vergüenza. No entendía cómo había llegado hasta ese punto.Cuando logró incorporarse, lo primero que vio fue la cama revuelta. Esa imagen, ese desorden brutal, era un espe
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