El viento frío golpeaba mi rostro mientras avanzábamos entre la bruma de la madrugada. A medida que nos acercábamos a la parte baja del territorio, el sonido del agua desbordada y los llantos desgarrados de mi gente comenzaron a llenar el aire.Cuando finalmente llegamos, la escena frente a mis ojos me hizo apretar los puños con impotencia. El río, normalmente sereno y apacible, se había transformado en una bestia furiosa, devorando todo a su paso. Las pequeñas casas de los omegas, humildes pero llenas de vida, ahora no eran más que escombros arrastrados por el lodo. Sus pocas pertenencias flotaban sin rumbo, y el terreno, antes fértil y ordenado, era ahora un lodazal irreconocible.Hombres, mujeres y niños temblaban bajo la lluvia persistente, cubiertos de barro, abrazando los restos de lo que alguna vez fue su hogar. Sus rostros reflejaban dolor, desesperanza… y aún así, cuando me vieron llegar, sus miradas se encendieron de inmediato. No importaba cuán grave fuera la tragedia, para
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