Sin embargo, al cerrar los ojos, todo parecía haber ocurrido el día anterior.Ese día llovía a cántaros. Diego y yo estábamos en la autopista cuando, de pronto, recibió una llamada. Y yo oí con claridad la voz al otro lado de la línea:—Señor García, un grupo de acreedores está causando disturbios en la mansión de la familia González. Han ido a buscar problemas con la señorita González.Diego, preocupado, giró la cabeza para mirarme. Sabía que no me estaba pidiendo permiso, sino advirtiéndome que iría a rescatar a Camila. Lo cual quedaba en la dirección opuesta a la que íbamos. —Déjame en la próxima área de servicio —murmuré entre dientes:— Tomaré un taxi para regresar.Apenas bajé del auto, a pesar de que abrí el paraguas de inmediato, acabé empapada, cuando el lujoso automóvil negro pasó rugiendo frente a mí, salpicándome el rostro con agua sucia.El taxi que tomé, viejo y destartalado, derrapó por completo en la autopista. Cuando el vehículo perdió el control, un escalofrío m
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