Actuando con total naturalidad, comenté:—Delicioso, sí que era coñac.Avancé unos cuantos pasos, dejando atrás a un Miguel paralizado, con el rubor extendiéndose desde sus mejillas hasta las orejas.Pero en cuestión de segundos, me alcanzó corriendo y me envolvió en un abrazo que me dejó sin aliento. Se inclinó cariñoso para enterrar su rostro en mi cuello, como un niño que acaba de recibir el regalo de sus sueños.—Isabella... te quiero tanto... —murmuraba una y otra vez, con esa voz ronca que se me clavaba directo en el pecho.Al llegar a casa, pareció sacudirse la borrachera de un golpe. Me empujó apresurado contra la puerta principal, sus ojos ardientes como brasas.—Isabella... ¿puedo besarte? —preguntó, con una voz que era más una súplica que una simple pregunta.Ante mi aprobación, se abalanzó como un cachorro hambriento. Sus labios encontraron los míos con una urgencia infinita que me hizo tambalear.La verdad no recuerdo cómo llegamos a la cama. Solo el sonido de nuestra respi
Leer más