Capítulo10
Alejandro, con esa familiaridad desconcertante que lo caracterizaba, se coló por la puerta como un sigiloso gato y se instaló con descaro en el sofá sin esperar invitación.

Parecía haber olvidado por completo cómo, durante su última visita, me había exigido que me arrodillara para suplicar su perdón.

Abrió el álbum con gran entusiasmo y me arrastró hacia él:—Mamá, mira. Esta es cuando aún estaba en tu barriguita. ¡Y esta otra es cuando nací! ¿Verdad que era adorable? La abuela dice que era el bebé más bello de todo el hospital.

Intentaba por todos los medios despertar mi instinto maternal.

Pero al ver aquellas fotos, solo sentí un dolor profundo por la mujer que fui.

En las imágenes, mi cuerpo aparecía bastante esquelético, con solo el vientre grotescamente hinchado. Los vómitos constantes me habían dejado por cierto demasiado demacrada y fea. Mi cabello, antes lustroso, parecía paja seca. Y Alejandro, incluso en el útero, era un tirano: pateaba sin piedad alguna cada noche.

—Qué egoís
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