Capítulo8
La piel de Miguel era de una blancura inmaculada, tan fina y suave que casi brillaba bajo la luz tenue de la lámpara. Me imaginé cómo se sentiría al tacto —quizás era tan delicada que incluso enrojecería con la más leve presión.

Su bata estaba mal cerrada, revelando de esta forma más de lo que debía. Desde mi posición, podía ver con claridad la mitad de su pezón, que sobresalía ligeramente en su pectoral bien definido. Todo en él mostraba los resultados de arduas horas en el gimnasio: músculos tonificados, piel tersa... y esos pezones pálidos que, desde ciertos ángulos, dejaban entrever un tono rosado vergonzosamente atractivo.

Solo de mirarlo, mi nariz se llenó de su fragancia —una mezcla de jabón de almendras y algo esencialmente masculino.

—Morder ese impresionante cuerpo debía ser una delicia—, pensé por unos minutos sin querer. —Y si llora... sería aún mejor.

El solo hecho de imaginar esa escena hizo que mi rostro ardiera como brasa. Sacudí temerosa la cabeza con fuerza, como si p
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